jueves, 26 de enero de 2012

Seguían ignorándolo

Justo llegaba a casa cuando se dio cuenta que no lo traía consigo. Quizás para él no era más que un pequeño reloj con radio que no servía para nada, sin embargo para Jonás era mucho más que eso. El reloj significaba tener la posibilidad de ser por esa tarde el más importante de todos los amigos de la cuadra, transformarse en el centro de atención y envidia de todos. Envidia de niño eso sí, de esa que se siente mientras dura la fascinación por el juguete nuevo, pero que una vez agotada la impresión desaparece nuevamente.

Durante esa tarde, después de las seis, Jonás miró incesantemente por la ventana esperando que llegara su padrastro con aquel reloj, que era un pasaporte a algo que él jamás había sentido, pero que llevaba imaginando por horas y no sabía controlar. Cuando llegó el auto, salió corriendo a su pieza haciendo como si nada pasara, porque Jonás sabía que había algo de vergüenza en lo que sentía, vergüenza de que algo así de insignificante  fuera  tan importante para él. Escuchó cerrar la puerta de entrada y salió al pasillo, una vez recorridos los quince pasos  que separaban su pieza del living, lo saludó y le preguntó apresuradamente; Alejandro, Alejandro,  te acordaste del reloj? A lo que él respondió con un simple, No. En ese momento Jonás se llenó de desilusión y rabia, por lo que solo atinó a decir, no importa me da lo mismo. Luego salió corriendo, abrió la puerta de casa, después la reja que daba a la calle, y sin dejar de correr se unió a los amigos que estaban en la esquina. Obviamente seguían ignorándolo.

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